Por: Claudia Vargas Ribas
Aunque se trata de un tema mucho más complejo como leeremos en las próximas líneas, podemos resumir que la feminización de las migraciones se refiere a los cambios en la composición por sexo, en la movilidad y la visibilidad de las implicaciones que tiene en la vida social y procesos migratorios de las mujeres (Jaramillo y Pacecca, 2020).
Según el informe mundial para las migraciones (2022) 3.5% de la población de mujeres a nivel mundial son migrantes, representando el 48% de la población total en movilidad.
En el caso de América latina y el Caribe las mujeres alcanzan el 51% de la población migrante, según el informe ¿en qué situación están los migrantes en América latina y el caribe? (Banco Interamericano de Desarrollo (BID), 2023), para el caso de Venezuela -que sigue siendo uno de los principales desplazamientos de población en la región- las mujeres alcanzan el 50.7% (Departamento de Estudios Económicos y Sociales, DESA, 2020). Aun cuando las cifras ya nos indica una tendencia creciente -y en algunos casos superior- de mujeres en movilidad, poco o nada se conoce sobre las barreras adicionales que implica la migración para ellas, aspectos a los que se le suman falta de estadísticas diferenciadas para conocer la dimensión, políticas con perspectiva de género en contextos migratorios y un reconocimiento más amplio a los aspectos cualitativos sobre lo que implica ser mujer y migrante.
Por ello, nos gustaría llevar la reflexión hacia esos aspectos adicionales que tiene la movilidad en el caso de las mujeres, lo que parece una decisión personal, para ellas se convierte en un compendio de consideraciones adicionales donde aspectos privados y públicos condicionan el proceso. Entre los aspectos privados encontramos la familia y sus características, tenencia de hijo/as, si son jefas de hogares, valores culturales, etnia, raza, religión, condiciones de vida, nivel de instrucción y que además se mezclan con factores del entorno público como el contexto país, articulación de ese país con el sistema internacional, percepciones y construcciones sobre este país a lo externo y los condicionantes provenientes de los roles de género que habitualmente la sociedad asigna a la mujer.
En el análisis migratorio debemos tener muy presente las distintas formas en las que estos roles y estereotipos de género condicionan la movilidad de las mujeres, pues estos prejuicios desencadenan formas de discriminación, violencia y por lo tanto vulneraciones de sus derechos antes, durante y después de la migración, y que muchas veces pasan desapercibidos. A continuación, algunos de los más evidentes y sus implicaciones:
Madres “transnacionales”: se trata de aquellas mujeres que emigraron dejando a sus hijo/as en el país de origen y con quienes mantienen relaciones a distancia valiéndose de elementos disponibles (celulares, cartas, teléfonos y las propias remesas-ayudas económicas). Para estas madres, el reto comenzó antes de irse a otro país, pues su fecha de “salida” estuvo condicionada a la resolución de distintos aspectos; en primer lugar, de garantizar cuidadores/as para sus hijo/as, que sean o no del entorno familiar, significa de manera inmediata asumir nuevas responsabilidades y cargas económicas, planificar según las características de su familia, lo relacionado a las rutinas de los hijo/as que deja: continuidad de sistema educativo, servicio de salud, vestimenta, vivienda. En segundo lugar, las implicaciones psicológicas de “querer o tener” que emigrar, uno de los impactos más importantes que tienen las madres migrantes es que se les condena por no priorizar este rol, existe un estigma alrededor de estas mujeres por romper con el esquema tradicional que se espera de ellas, contraria a la perspectiva de la migración masculina donde parece “natural” que el proveedor salga del hogar aunque eso signifique dejar lo/as hijo/as; con esto no queremos decir que la ruptura o separación es un hecho menor dentro de la familia, pero sí queremos evidenciar la distorsión que existe al condenar con mayor fuerza cuando es la mujer quien sale del hogar.
Adicionalmente la “transnacionalidad” de estas relaciones se mide no solo a través de la capacidad de reformular su rol a la distancia con presencia digital, sino también de cumplir económicamente por los gastos y necesidades de los hijos/as, el lugar donde se quedan y también por la “ausencia”, en este sentido, tener un ingreso en el país destino es, desde antes de la emigración, casi obligatorio.
Tradicionalmente las mujeres emigraban por reunificación familiar, el hombre solía irse primero del país (por distintas razones) y luego esta (con el grupo familiar) lo encontraba en el país destino, donde según su situación le concedía algún estatus migratorio, así como los recursos para su manutención, eso ha cambiado. La migración actual de las mujeres, responde a muchas dinámicas como la incorporación al mercado laboral, responsabilidad de la jefatura de hogar, oportunidades académicas y laborales fuera del país de origen que no necesariamente la contemplan dentro de una relación de pareja o grupo familiar.
Además de sortear distintos factores en el lugar de origen, al proceso se suman otras variables que pueden exponerla a una cadena de violencias y discriminación en el tránsito e incluso condicionar su llegada, por ejemplo, si viaja sola o acompañada, el estatus migratorio (tenencia de papeles, visa, permisos) para entrar en los países destino, ya que esto determina las actividades económicas a las que podría o no tener acceso, las rutas que utilizan (regulares, irregulares), ya que si son irregulares el crimen organizado podría interceptarlas en el camino, si cuenta con redes de apoyo en el destino que puedan acompañarlas y ofrecerle al momento de llegada, vivienda, acceso a servicios básicos, comunicación y un mínimo de orientación.
En muchos casos, sobre todo en aquellos donde las mujeres se ven obligadas a migrar de manera forzada (por temas personales o del país de origen), lo hacen con una altísima desinformación, no solo de lo que necesita saber para migrar, sino sobre sus derechos y a donde acudir como mujer y extranjera. Es evidente que al no medir el fenómeno de migración de mujeres, las políticas de los estados receptores son inexistentes, pocas o no están articuladas, en contextos migratorios es muy común ver funcionarios/as de seguridad, migración o salud que no conocen los derechos de las mujeres, no pueden orientarlas en alguna denuncia y por lo tanto quedan expuestas a personas o informaciones inexactas que pueden implicar pérdida de tiempo, dinero, verse en riesgo su estadía en los países, así como expuestas a redes de extorsión que las procuran para distintas formas de explotación.
Formas de explotación: en este punto intervienen múltiples factores y pueden producirse tanto en ámbitos públicos como privados. Y es que las formas de explotación pueden darse tanto en el país de origen (sobre todo si hablamos de trata) como en el tránsito y países de destinos. En estas formas entra la servidumbre, explotación laboral (muchas horas o trabajos forzados), acoso, abuso sexual, desnudez forzada, amenazas, intimidación, ya sea en la vía de mano de otros migrantes, delincuentes o incluso organismos de seguridad en fronteras, también por necesidad muchas mujeres se ven forzadas a sexo transaccional o a la prostitución.
Trata de personas: la trata puede producirse incluso desde el país de origen con distintas modalidades, según el informe internacional de trata 65% de las mujeres y niñas son víctimas, siendo los principales factores de riesgo la migración irregular y necesidades económicas. Si consideramos la tendencia a la cosificación de cuerpos de la mujer, la violencia simbólica a la que está expuesta, que haya migrado en condiciones irregulares o forzadamente, las necesidades que se crean o lo que se espera de su migración en el país de origen, encontramos que las probabilidades de ser víctima aumentan.
Violencia familiar – intrafamiliar: Este hecho que es casi exclusivo al ámbito privado (aunque tiene su resolución en políticas públicas) se refiere a que existe evidencia que las mujeres migrantes, por estatus migratorio y condiciones de salida, pueden estar expuestas a distintas formas de violencias dentro del hogar, que no llegan a ser denunciadas. Esto obedece a que muchas de ellas dependen de sus parejas (principales agresores) para obtener la documentación necesaria o porque al trabajar en el hogar, sector informal o con salarios más precarizados, no cuentan con recursos económicos para independizarse.
Sexualización de espacios: Cultural y socialmente se asume o se les atribuyen a las mujeres roles asociados al servicio, cuidado, maternidad de su hogar o de otros. Esta cifra aumenta en el caso de las mujeres migrantes, según datos de la Organización Internacional del trabajo (OIT) 79.9% de las migrantes en el mundo hacen trabajos domésticos y de cuidados, los cuales no son los mejores remunerados, suelen ser más
forzados, en los que se invierte mayor número de horas y donde la capacidad para desarrollar habilidades o ejercer profesiones, se desdibuja o queda anulada.
En el caso de América latina y el Caribe, específicamente refiriéndonos al sur donde la mayoría de la población migrante es proveniente de Venezuela y son mujeres, lo que observamos que existe mucha dificultad para la integración jurídica, económica y social; el sistema de restricción de entrada a partir de la solicitud de visas en los principales países receptores (exceptuando Colombia) como Chile, Perú y Ecuador, ha incrementado la irregularidad migratoria, exponiéndolas a trabajos informales, mal remunerados, desempleo, relaciones peligrosas de dependencia, prostitución forzada y explotación. En cuanto a lo social, las mujeres provenientes de Venezuela han sido blanco de varios actos de xenofobia y suelen ser hipersexualizadas, siendo por ello violentadas en el espacio público, digital e incluso en ámbitos privados comunitarios, impidiendo o
limitando su integración con la comunidad receptora, ser consideradas objetivamente para trabajos acorde a sus capacidades, a realizar actividades educativas, sociales y/o laborales fuera del hogar producto de esta vulneración.
Por todo lo anterior es más que necesario darle mayor visibilidad a las distintas implicaciones que tiene ser mujer y migrante, a nivel regional y mundial, donde el cambio climático, las desigualdades y la des-democratización de los países están generando desplazamientos. Las mujeres siguen condicionadas a roles que deben deconstruirse, la
cadena de violencia que proviene de la falta de regularidad migratoria las aleja de sus derechos, del acceso a la justicia, les afecta psicológica, social y familiarmente manteniéndolas expuestas a violencia intrafamiliar, trata, feminicidios y discriminaciones en espacios públicos y digitales, pero también a violencias psicológicas en las cuales son recriminadas por dejar a sus hijo/as en países de origen o por querer mejorar su calidad de vida a través de la migración.
Necesario es mirar la feminización de las migraciones como un hecho inminente que merece análisis y respuestas distintas para poder atender efectivamente a las mujeres que se desplazan, queda en evidencia que tener un estatus regular, redes de apoyo, información, organizaciones e instituciones a donde acudir puede marcar grandes diferencias, y hacia eso debemos apuntar como sociedad civil organizada, academia y servicios gubernamentales, empezando por generar estadísticas diferenciadas,
caracterizando su situación y transversalizando cada política con un enfoque interseccional, pues lo que le pasa a las mujeres tiene repercusiones en su entorno inmediato, entonces las políticas deben y necesitan orientarse hacia un marco más amplio y holístico.