Dhayana Carolina Fernández-Matos

@dhayanamatos

Aunque sea un lugar común, hay que repetir las veces que hagan falta, que la violencia contra las mujeres, las niñas y las adolescentes por razones de género es una violación de los derechos humanos y una forma de discriminación que atenta contra la dignidad humana, el libre desarrollo de la personalidad y es una barrera para llevar adelante el proyecto de vida. 

Si las mujeres, las adolescentes y las niñas no tienen garantizado el derecho a una vida libre de violencias, es muy poca la eficacia del resto de los derechos humanos. Es importante tener presente que son los Estados los principales responsables de protegerlos y garantizarlos, pero se precisa del compromiso y la corresponsabilidad de todos los sectores sociales y de las fuerzas vivas de un país, lo que incluye a las organizaciones no gubernamentales, de cooperación internacional, académicas, culturales, así como de quienes habitan en un espacio geográfico determinado.

El abordaje de las violencias contra las mujeres, en particular de las migrantes (se usa este término en sentido amplio que incorpora a las mujeres refugiadas, solicitantes de refugio, necesitadas de protección internacional, migrantes y cualquier otra forma de movilidad humana que implique cruce de fronteras internacionales) que es el grupo que interesa destacar en esta nota, no puede hacerse de manera simplista, buscando las causas de estas en un factor, se requiere un enfoque multidimensional. 

Hay que ir a la raíz de la cuestión: la causa se ubica en las relaciones desiguales de poder y al control que se ejerce sobre las mujeres, quienes se encuentran en una situación de subordinación y desventaja. A ello debe agregarse el mantenimiento del sistema patriarcal, que se puede manifestar de distintas maneras de acuerdo a diferencias culturales y geográficas, pero en todos los casos está determinado por el dominio y autoridad de los hombres sobre el conjunto social, la socialización diferenciada que indica la forma de ser hombre y ser mujer en una sociedad determinada y los mecanismos de control del poder (Arnoso, Arnoso, Mazkiaran e Irazu, 2013).

La interseccionalidad

Aunque todas las mujeres, las adolescentes y las niñas pueden estar en riesgo de violencia por razones de género, no son afectadas de igual manera y es necesario incorporar en los análisis otros sistemas de dominación que se conjugan con el género para generar mayor vulnerabilidad y exclusión, entre ellos destacan: el origen étnico, nacional, racial, clase social, orientación sexual, entre otros. Es por ello que se debe incorporar un análisis interseccional.

La interseccionalidad fue usada por primera vez por la abogada afroamericana Kimberlé Crenshaw en el año 1989 para visibilizar las distintas formas de discriminación. Se trata de una herramienta teórica y metodológica que permite analizar “la percepción cruzada o imbricada de las relaciones de poder” (Viveros-Vigoya, 2016: 2). 

La interseccionalidad resulta una herramienta útil para describir los distintos mecanismos de producción y reproducción de las desigualdades y formas de dominación. Además:

  • Viene a complejizar la concepción de género al concebirla como una dimensión, entre otras, en el complejo tejido de las relaciones sociales y políticas.
  • Aborda una de las preocupaciones centrales para los estudios feministas como son las diferencias entre las mujeres, desafiando el modelo hegemónico de mujer universal.
  • Complejiza los enfoques que intentan reducir las experiencias de los sujetos bajo el lente de una sola categoría (Magliano, 2016).

En el abordaje de las violencias contra las mujeres, las adolescentes y las niñas migrantes, el enfoque interseccional permite tener en cuenta los factores que contribuyen a reproducir las desigualdades, tales como la pobreza, el origen nacional, el grupo etario, la condición de discapacidad, entre otros, que exacerban los riesgos y vulnerabilidades.

Un análisis interseccional permite tener en cuenta que una adolescente venezolana, que viaja por carretera, sola o no acompañada, pobre, está expuesta a riesgos mayores a los que puede enfrentar una joven que viaja con sus representantes, por avión y con las condiciones mínimas de vida satisfechas. Ambas están expuestas por ser mujeres, pero no de la misma forma ni en el mismo grado.

Una mujer clase media, profesional, que migra porque aceptó una oferta de trabajo y tiene los documentos oficiales del país de acogida para una estancia regular, no se expone a los mismos riesgos que otra que se encuentra en situación irregular, sin documentos y se dedica a la economía informal. Esas diferencias hay que tenerlas en cuenta a la hora de diseñar y ejecutar programas de atención para las mujeres migrantes.

El ciclo de la movilidad humana y las violencias contra las mujeres, las adolescentes y las niñas

Los riesgos a los que se enfrentan las mujeres por la violencia basada en género comienzan incluso antes del nacimiento con la selección prenatal del sexo, continúan a lo largo de la vida –con distintas manifestaciones de violencia- y no terminan en la ancianidad, ya que las viudas y las mujeres adultas mayores pueden ser sometidas a distintos tipos de abuso. 

 

Figura 1. Ciclo de movilidad humana

Fuente: Elaboración propia.

En cada etapa de la vida y en virtud de los diferentes ambientes y relaciones sociales que se establecen, las mujeres se ven expuestas a distintos tipos de violencia (ONU Mujeres, 2010). Esto también pasa en los procesos de movilidad humana.

A lo largo del ciclo de movilidad (Figura 1), las migrantes enfrentan distintos riesgos y se exponen a sufrir distintos tipos de violencia basada en el género. A continuación, se presentan los riesgos que se deben enfrentar antes de salir del país de origen, durante el trayecto, en el país de acogida y en el retorno.

  1. Antes de la salida del país de origen.

Uno de los riesgos presente desde el comienzo del proceso de movilidad se vincula con la falta de información sobre los trámites que se deben realizar para migrar, el desconocimiento de cuáles son los documentos que se requieren y cuáles los derechos y obligaciones que se tienen. No contar con estos datos expone a las migrantes a mayor vulnerabilidad.

Factores estructurales presentes en Venezuela, en particular la pobreza, la falta de condiciones de salud o la escasez de alimentos, generan que las personas en general y las mujeres en particular, se trasladen sin contar con los recursos mínimos para hacerlo, se desplacen por carreteras y por vías no idóneas, donde se verán sometidas a amenazas de distintos tipos. En no pocas ocasiones son estos factores los que llevan a las mujeres a tomar la decisión de irse de su país de origen y en un círculo perverso, estos factores son a su vez los que generan los mayores riesgos de ser víctimas de violencia basada en género.

En otros casos, ante las situaciones de violencia que viven en su país de origen, la migración se convierte en una opción para romper el ciclo de agresión y abusos (Secretaría General del SICA, 2016).

  • Trayecto, cruce de una o varias fronteras.

Durante el trayecto, principalmente si el desplazamiento se realiza por carreteras y sin contar con los documentos migratorios para la entrada regular a los países de tránsito y de destino final, los riesgos se exacerban y las mujeres pueden sufrir distintos tipos de violencia. Así las cosas, se ven expuestas a ser víctimas de abusos o violencia sexual por parte de los compañeros de viaje.

Además, las migrantes son particularmente vulnerables ante los funcionarios estatales fronterizos y miembros de los cuerpos de seguridad, algunos de los cuales, valiéndose de su situación de poder y de la vulnerabilidad en la que se encuentran las mujeres, las violentan o las obligan a tener “sexo transaccional”, lo que implica, en ocasiones, que les permiten continuar con su desplazamiento, aunque no tengan documentos oficiales, a cambio de sexo.

También en esta etapa, en la cual se tienen que sortear innumerables obstáculos, están presentes las redes de trata de personas. Los y las tratantes saben que las migrantes que transitan por carreteras y en condiciones precarias, son más vulnerables, por lo que las consideran presas fáciles para someterlas a múltiples formas de explotación y violencia sexual.

Sirva de ejemplo de lo señalado el testimonio de la defensora de los derechos de la niñez Mayerlín Vergara, quien relata cómo las niñas y adolescentes venezolanas que se desplazan por el departamento de La Guajira de Colombia, caen en redes de proxenetas y tratantes de personas:

Hay niñas que han sido encerradas en casas de pueblos más pequeños con una proxeneta cobrando y los explotadores entrando. Yo creo que por eso tienen tanto daño, no solamente emocional, sino todas las afectaciones mentales, porque un cuerpo tan chiquito no puede aguantar tanto. Por eso para mí son doblemente valientes, porque soportan todo ese doble impacto de la migración, de dejar su casa, su familia, su escuela, su colegio, pero también todo el impacto de la violencia sexual y de sentirse tan vulnerables y aquí, en un lugar que ni siquiera es su territorio y su país (Citada por Noticias ONU, 5 de octubre de 2020).

Las mujeres que contratan los servicios de un traficante de personas o coyote para pasar fronteras internacionales también se ven expuestas. Ante cualquier obstáculo o problema que se le presente al traficante, lo que empezó como un negocio donde la mujer pagó por ser trasladada, se convierte en trata de persona y esta es vendida o explotada sexualmente.

  • En el país de acogida.

La llegada al país seleccionado no termina con los riesgos frente a la violencia basada en género, por el contrario, lo que ocurre es que se enfrentan otros vinculados con distintos factores tales como la precariedad para insertarse al mercado laboral, la falta de redes de contacto, el desconocimiento de los derechos que se tienen y que no se pierden en ninguna circunstancia, la estigmatización sexual del origen nacional, entre otros.

La falta de documentos migratorios lleva a las mujeres a insertarse al mercado laboral del país de acogida en condiciones precarias, lo que genera, si trabajan en la economía informal, verse expuestas a acoso y violencias por parte de los hombres en la calle. 

Los testimonios de venezolanas migrantes en Perú, Colombia o Ecuador que trabajan como vendedoras ambulantes reflejan esta cruda realidad. Las mujeres cuentan cómo tienen que aguantar abusos y violencias, incluso que algún hombre pase y se sienta con derecho a manosearlas, a tocarlas, por el hecho de ser venezolanas.

Las mujeres señalan el acoso sexual como una constante en sus vidas. Quienes venden en los semáforos deben cuidar que hombres que se acercan para comprar no las toquen a ellas o a las niñas y adolescentes que las acompañan, y no pueden evitar que les soliciten servicios sexuales. Cuando responden a un anuncio o una oferta de empleo frecuentemente se encuentran que la opción de trabajo que les ofrecen es atender en bares y clubes, una forma disimulada de ofrecer trabajo sexual, o directamente les hablan de ello (Carcedo, 2020, p. 60).

La estigmatización sexual del origen nacional, la representación social de la venezolana como prostituta, coqueta, “roba marido”, las expone a ser víctimas de abuso o agresión, lo que a su vez genera una carga emocional en su vida, que afecta su salud e incluso su autoestima.

Es muy fuerte…muy fuerte, horrible. Yo ya no me maquillo ni nada, a veces ni hablo para que no noten que soy venezolana. Apenas te escuchan el acento y ya te quieren faltar el respeto. En Venezuela no era así, siempre había algún pasado que te quería faltar el respeto, pero aquí creen que tengo un cartelito en la frente que dice que estoy disponible… De verdad que es horrible (Entrevista realizada por la autora de esta nota a Clara, Barranquilla, Atlántico, Colombia).

A lo dicho en este aparte se debe agregar el desconocimiento que tienen las mujeres migrantes sobre sus derechos. Con bastante frecuencia creen que por estar en una condición irregular y no tener documentos migratorios, carecen de derechos, por lo que ante las múltiples violencias y abusos a que son sometidas por ser migrantes venezolanas, callan, no denuncian y soportan en silencio la agresión. Esta situación es agravada en ocasiones por los integrantes de las fuerzas públicas que no cumplen con su obligación de garantizarles sus derechos humanos, que siempre están vigentes independientemente de su situación administrativa y, por el contrario, contribuyen o son ellos quienes los violan.

  • En el retorno.

El retorno al país de origen, principalmente cuando no es voluntario sino forzado, bien sea por las circunstancias actuales de la pandemia del Covid-19 o por la deportación, también representa un desafío para las mujeres y se enfrentan con unos riesgos particulares. 

Por ejemplo, actualmente, el retorno de personas de nacionalidad venezolana por carreteras y su concentración masiva en el Norte de Santander, expone a las mujeres migrantes a la violencia basada en género. En los lugares donde deben permanecer, bien sea en albergues o a la intemperie, donde no hay condiciones mínimas de privacidad, pueden ser víctimas de abusos y de violencias sexuales.

El retorno sin medios económicos de subsistencia, con el mantenimiento de los factores que generaron la salida, la pobreza, condiciona las posibilidades de integración de las migrantes retornadas, al mismo tiempo que siguen expuestas a ser víctimas de violencias o caer en redes de tratantes de personas.

Lo narrado en las páginas de esta nota pretendió mostrar los riesgos que tienen las mujeres, las niñas y las adolescentes migrantes de ser víctimas de violencia basada en género durante todas las etapas del desplazamiento, ello supone la necesidad de tener en cuenta estos factores a la hora de tomar acciones, diseñar programas y ejecutar proyectos encaminados a garantizarles el derecho humano a una vida libre de violencias.

Es importante seguir fortaleciendo los canales de información, que las migrantes conozcan cuáles son sus derechos, dónde poder acudir, que no se sientan abandonadas o solas ante casos de abusos y violencia sexual. Por último, que siempre tengan presentes que tienen derechos por ser personas, por ser mujeres, independientemente de su origen nacional.

Referencias bibliográficas

Arnoso, M., Arnoso, A., Mazkiaran, M., & Irazu, A. (2013). Mujer inmigrante y violencia de género: factores de vulnerabilidad y protección social. Migraciones, (32), 169-200. 

Carcedo, A. (2020). Reinventarse sobre la marcha: Mujeres refugiadas y migrantes de Venezuela Un estudio de sus condiciones y accesos a medios de vida en Colombia, Ecuador y Perú. R4V y PNUD.

Magliano, M. J. (2015). Interseccionalidad y migraciones: potencialidades y desafíos. Revista Estudos Feministas, 23(3), 691-712. https://doi.org/10.1590/0104-026X2015v23n3p691 

Noticias ONU (7 de octubre de 2020). La situación de las niñas venezolanas en Colombia es “para ponerse a llorar”, describe Mayerlín Vergara. Recuperado de: https://news.un.org/es/story/2020/10/1481932 

ONU Mujeres (2010). El ciclo de la vida y la violencia. Recuperado de: https://www.endvawnow.org/es/articles/298-el-ciclo-de-la-vida-y-la-violencia.html

Secretaría General del SICA (2016). Factores de Riesgo y Necesidades de Atención para las Mujeres Migrantes en Centroamérica. Estudio de actualización sobre la situación de la violencia contra las mujeres migrantes en la ruta migratoria en Centroamérica. Recuperado de: http://www.humanosphere.org/wp-content/uploads/2016/11/Factores-de-riesgo-y-necesidades-de-las-mujeres-migrantes-en-Centroame%CC%81rica-WEB.pdf 

Viveros-Vigoya, M. (2016). La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación. Debate Feminista, (52), 1-17. https://doi.org/https://doi.org/10.1016/j.df.2016.09.005